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Ensayo - Artículo en LinkedIn: El empujón viene desde el pasado

Cada vez más siento que salir de mi zona de confort se va dificultando. Es entonces que voy recordando frases o comentarios que con el correr del tiempo se han vuelto mis principales indicaciones de vida laboral. Algunas pueden ser tomadas de varias maneras o enfoques, pero lo que importa es qué hacemos con eso. En ese sentido quiero compartir 2 con la red y por las que estoy super agradecido. La primera viene de mi papá, pequeño empresario desde siempre y que me facilitó esto antes de entrar en la universidad. El resumen es: "sé el mejor en lo que hagas". Esto no quiere decir que sea el mejor en resultados personales, quiere decir que sea una persona que rinde mucho en lo que hace, que inspira sin competir con sus pares y que siempre se tomará sus responsabilidades con respeto, dedicación y eficacia. Si están esas 3 cosas, junto con una voluntad por aprender, ya hay altas chances de lograr el enfoque y el resultado, ser "de los mejores". Sin embargo, estar tan pend

A ver hasta dónde llegás

Al verlo me desplomé. No aguanté el mejunje de emociones eruptivas mezcladas y tuve que llorar. Puse una mano en mi cintura y la otra sobre mis ojos tratando de que no se notara lo latente e inevitable. Sentí dentro mío un fuego potente como el que produce el arranque de un cohete y demoré en explicitarlo. Incluso los gestos faciales fueron más fuertes que mi resistencia de introvertido. Se me transformó la cara. Repetía en mi mente que no lo podía creer. Pero ahí estaba. Ya era el momento de recibir el cambio. No pensaba que fuera a ser así de fuerte para mí y lo cierto es que el efecto sorpresa sumó envión para que me impacte de manera inatajable. Si me hubiera preparado previamente imagino que también me habría quedado atónito pero capaz un poco menos sensibilizado. Hacía tiempo que no soltaba lágrimas por este tipo de motivos y emociones y mucho más había pasado desde mi último sollozo. No suelo ser nada dramático pero no todos los días tu mujer se come todo el helado sin avisarte

Sin manual

La vida no tiene una receta. Tampoco un manual. Por suerte para muchos hay unos guías denominados padres, término que, en ciertas ocasiones, escapa a la genética. El modelo va más allá de lo físico. Si tu papá se enoja cuando volcás un vaso y vos reaccionás de mismo modo cuando tu hijo repite esa misma acción, no es cuestión de sangre. Si tu mamá se enorgullece cuando te ve ayudando a una persona a cruzar la calle y vos lo hacés cuando tu criatura lo haga delante de ti, no es cuestión de sangre. Igualmente los modelos tampoco suelen ser esos dos exclusivamente. A lo largo de la vida uno va teniendo varios y es en cierto nivel de madurez que uno se da cuenta de que tiene, en diferentes medidas, influencia de quienes tuvieron paso por la crianza hasta la adultez. Todo viene por ciclos; cuando sos un niño o una niña, tus padres son sabios e imbatibles. Después eso te comienza a molestar y llegás a punto tal que la bronca te hace generar enfrentamientos innecesarios a veces por motivo

Lo quiero ya

Esto es una mierda. Aquello también, pero lo quiero. Simplemente porque no lo tengo y lo tiene él. Lo que tiene ella mucho no me interesa tenerlo porque quedo como una minita, pero lo de él me copa. Yo quisiera esos jeans para guardarlos en mi placard. Seguramente los usaría un tiempito y luego quedarían allí, cuando ya no quiera ser más el vaquero que la marca propone. Aunque en realidad no sé si es por la identidad o por capricho que lo tendría. El solo hecho de que otro lo tenga me hace desearlo, ya me habían dicho alguna vez que el jardín del de al lado siempre se verá más verde que el mío. Esa distancia aumenta si ni siquiera tenemos ese pequeño espacio verde.  Mejor no tenerlo, así no hay que ocuparse de mantenerlo. Sin embargo, sería lindo tener un espacio así en casa; pensamiento clásico de alguien que busca tener al menos algo parecido a lo que tiene aquella otra persona. Será que yo estaré podrido o lo estamos todos, la verdad que no lo sé, pero me parece que es la humanid

Respeto en cinco minutos

El viejo lo miró. Él sabía que estaba siendo observado e intentó evitar el contacto visual. Volteó la cabeza para otro lado. De pronto se sintió más liviano y supuso que ya estaba liberado de la vista del anciano. Disimuladamente se fijó y devolvió la cortesía. Pensó que podía y que aquel hombre que estaba sentado, con la luz blanca reflejada en su calva, se sentiría igualmente de inhibido. No fue así. De inmediato aquel curioso señor retomó la actividad. La respuesta del joven apoyado al lado de los botones que abren y cierran las puertas del tren, fue exactamente la misma que antes. Agregó el pensamiento de un insulto, aunque no sabe si hacia la situación o el observador. Comenzó a ver el paisaje para tratar de olvidarse del asunto. De pronto su mente viajaba más rápido que todo. El sonido de la guitarra de Skay de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se volvió su única conexión con el mundo presente y comenzó a despertar en él una sensación de rebeldía, un impulso de salir de

La torre para la princesa

Había una vez un joven muchacho, fuerte audaz y pobre. Vivía recorriendo el mundo comiendo lo que cazaba o la gente le donaba. Un día llegó a la entrada de una ciudad amurallada. Era mucho más grande que todos los pueblos con los que se había topado desde que, a los 12 años, comenzó su recorrido, cargando la tristeza de ver a sus padres convertidos en esclavos, privados de toda libertad. Un guardia que vigilaba la entrada se le paró enfrente impidiéndole el paso. Él intentó esquivarlo y este se lo impidió y le dijo que en esa ciudad no era bienvenido. Fredlick preguntó cómo era eso posible si era un desconocido. El vigía le contestó que ese era el motivo, como no era nativo de ese lugar o familiar de alguien que lo estuviera esperando en la entrada no podía pasar. El joven insistió que solo pasaría un rato dentro y al irse el sol, se retiraría él también. El hombre armado le dijo que no podía correr ese riesgo, porque de ello dependía su función y que si daba un paso más lo llevar

Cuando la conocí

No estábamos de mochileros, pero eso parecía. Plan de ahorro a la vista. Pero a ella no se le notaba tanto como a mí. Mientras yo tenía un atuendo y aspecto de mochilero perteneciente al sistema, un falso hippie, ella estaba con todo el estilo pop elegante: botas negras cuya parte superior estaba cubierta por su pantalón de vestir negro que marcaba su curvatura hasta su cintura donde iniciaba su flamante suéter rojo. Sonreía mucho y se notaba su gusto por el detalle en su apariencia y presentación: aretes redondos blancos y maquillaje para la experiencia nocturna que combinaba perfecto con su pelo lacio con raya al costado. Extrañamente se le marcaba como una "M" en la frente a pesar de que la raya fuera al costado, un pequeño fleco le nacía del centro de la parte alta de la frente.  Nos conocimos en un antro comunista, se llamaba Lenin. Allí sólo acudíamos cierto tipo de extranjeros, en su mayoría chinos y rusos y en menor medida los latinos; hagamos de cuenta que América La

Utopía de una masacre (aún en preparación)

Parte I ¡Que tranquilo que está todo! La desolación del lugar, el silencio y la oscuridad de una noche sin luna crean un clima de suspenso como el que antecede a un huracán. A pesar del frío invernal , yo espero afuera, apoyado sobre la parte delantera de mi hermoso Torino negro apagado, con la campera puesta y fumando un delicioso cigarrillo. Los borceguíes marrones de cuero me protegen los pies y los bolsillos del pantalón vaquero son el mejor refugio para mis manos. Sin embargo, saco la izquierda para no tener todo el tiempo la nicotina pegada a los labios y la apoyo sobre el capó, ya húmedo, del vehículo. Así me doy cuenta de que el rocío ya empieza a mojar los adoquines y los árboles de la oscura plaza que está a mi derecha. Miro al frente, hacia lo profundo de la calle, donde esta se funde con la oscuridad total, ya ni hay farol municipal que ilumine esa zona. Eso me provoca cierta inseguridad y me hace buscar algo de luz involuntariamente. A mi izquierda, la antigua zapate