La torre para la princesa

Había una vez un joven muchacho, fuerte audaz y pobre. Vivía recorriendo el mundo comiendo lo que cazaba o la gente le donaba. Un día llegó a la entrada de una ciudad amurallada. Era mucho más grande que todos los pueblos con los que se había topado desde que, a los 12 años, comenzó su recorrido, cargando la tristeza de ver a sus padres convertidos en esclavos, privados de toda libertad.
Un guardia que vigilaba la entrada se le paró enfrente impidiéndole el paso. Él intentó esquivarlo y este se lo impidió y le dijo que en esa ciudad no era bienvenido. Fredlick preguntó cómo era eso posible si era un desconocido. El vigía le contestó que ese era el motivo, como no era nativo de ese lugar o familiar de alguien que lo estuviera esperando en la entrada no podía pasar. El joven insistió que solo pasaría un rato dentro y al irse el sol, se retiraría él también. El hombre armado le dijo que no podía correr ese riesgo, porque de ello dependía su función y que si daba un paso más lo llevaría al calabozo. Fredlick notó que este señor le hablaba con dolor, como si no le gustase lo que acababa de decir. Entonces se le aceró para decirle que no se preocupara pero el guardia entendió algo distinto y le dio un golpe que lo desmayó. El muchacho se despertó prisionero y le pidió al carcelero que lo dejara irse, que prometía no volver jamás, pero de nada servía hablarle o gritarle.
A los 2 días lo visitó el hombre que lo encerró. Fredlick no podía dejar pasar la oportunidad para pedirle que lo liberaran. El guerrero le consultó si sabía algo de construcción, pero antes de recibir una respuesta le hizo una propuesta: el rey quería hacer una torre cerrada en un lugar abierto donde poder encerrar a su hija, cuyos escándalos le habían producido una gran deshonra y depresión. Lo llevarían hasta el lugar donde debería construirla y le darían los materiales necesarios.
El joven aceptó. Estar en un pozo, sin ver la luz del día era como sacarle el alma.
Al día siguiente salieron hacia un puerto y desde el mismo zarparon sin perder tiempo. La nave estaba cargada de una fuerte tripulación y muchos materiales de trabajo para construcción, pero aun así avanzaba bastante bien.
Navegaron durante 2 días hasta llegar a una pequeña isla. Al llegar bajaron Fredlick y el vigía acompañados por el ingeniero del rey. Este le dio al joven todas las indicaciones para lograr el pedido. Al ver el dibujo de la obra, el muchacho protestó diciendo que era imposible que él armara algo así estando solo, gracias que podía pescar su cena y cosechar su almuerzo. Entonces el ingeniero le explicó que en breve llegaría un barco con muchos esclavos. Así fue. Desde ese momento y durante 8 años trabajaron deteniéndose satisfacer sus necesidades básicas y tomándose los domingos para reponerse. Para ese entonces el muchacho y una esclava se habían enamorado y muchos otros ya no estaban, habían intentado escaparse por el océano, habían fallecido por enfermedades o tenían extremidades rotas. Fue entonces que el ingeniero se acercó al lugar a comprobar que el trabajo estuviera bien hecho, pero había algo que no se correspondía con la idea.
Fredlick, convertido en líder por los demás, le dijo que él mismo se encargaría de lo que faltaba si liberaban a todos los esclavos en tierra firme y si la princesa misma le decía que lo hiciera. En ese momento su enamorada le tocó el hombro desde atrás y le dijo que hiciera el cambio. El ingeniero agachó la cabeza y la mujer volteó hacia sus compañeros y les gritó que subieran al barco con el señor, que los liberarían en tierras fértiles, amplias y libres.
El muchacho comprendió que la esclava de la que se había enamorado era la princesa; ella construía su propia prisión y gracias a ella tenían la posibilidad de descansar un día a la semana. Así fue como entre ambos terminaron de construir su propio hogar, en la cima de una torre, en medio de una isla, solo para ellos dos. 

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