Cuando la conocí

No estábamos de mochileros, pero eso parecía. Plan de ahorro a la vista. Pero a ella no se le notaba tanto como a mí. Mientras yo tenía un atuendo y aspecto de mochilero perteneciente al sistema, un falso hippie, ella estaba con todo el estilo pop elegante: botas negras cuya parte superior estaba cubierta por su pantalón de vestir negro que marcaba su curvatura hasta su cintura donde iniciaba su flamante suéter rojo. Sonreía mucho y se notaba su gusto por el detalle en su apariencia y presentación: aretes redondos blancos y maquillaje para la experiencia nocturna que combinaba perfecto con su pelo lacio con raya al costado. Extrañamente se le marcaba como una "M" en la frente a pesar de que la raya fuera al costado, un pequeño fleco le nacía del centro de la parte alta de la frente. 

Nos conocimos en un antro comunista, se llamaba Lenin. Allí sólo acudíamos cierto tipo de extranjeros, en su mayoría chinos y rusos y en menor medida los latinos; hagamos de cuenta que América Latina es un solo país, así es como se siente cuando nos encontramos todos en un país del "primer mundo". 

Con la entrada al lugar, de valor ínfimo, daban un cupón para una hamburguesa y uno la podía completar con algunos vegetales de público alcance. Yo le insistí en que llenara sus panes con eso, pero ni siquiera quería su hamburguesa. Por alguna extraña razón, eso le pareció hasta gracioso. Esa fue una buena señal, ¿o sólo estaba siendo amigable?

Al rato de estar conversando fuimos a la pista de baile en grupo. La rondita latina era pequeña y casi imperceptible, pero eso no nos importaba. Al rato decidimos parar a descansar y ahí pasó algo clave: cambiaron de canción mientras salíamos en una fila de la que yo quedé último y ella delante mío. Sin agarrarla, estiré mis brazos a los costados de su cintura, rozando su cadera con un ligero movimiento. El tema era claro; si bailaba era una señal positiva para que continúe con el levante, si no, hubiera sabido que no era esa su idea. Salimos bailando en trencito.

Se fue haciendo tarde entre risas y anécdotas y los dos debíamos levantarnos temprano al día siguiente. Como nos alojábamos cerca, le ofrecí acompañarla a su hostal. Tendría una caminata de 15 minutos más para avanzar con la conquista... ¿o para ser conquistado? Ella aceptó la propuesta y salimos caminando juntos y entusiasmados creo, porque una amiga dijo que quería volverse también, pero misteriosamente ninguno de nosotros dos la escuchó decir eso. Lo supe al día siguiente.

En el camino siguieron las risas. Uno sabe cuando el chiste que hace es malo, y si es tan malo y la otra persona se ríe, es porque hay una comicidad especial. En este caso, esa unión cósmica se fue fortaleciendo tan intensamente que la caminata pareció quedarnos corta, pero fue tan efectiva que tuvo el cierre más esperado: el primer beso.

Comentarios