Utopía de una masacre (aún en preparación)

Parte I

¡Que tranquilo que está todo! La desolación del lugar, el silencio y la oscuridad de una noche sin luna crean un clima de suspenso como el que antecede a un huracán. A pesar del frío invernal, yo espero afuera, apoyado sobre la parte delantera de mi hermoso Torino negro apagado, con la campera puesta y fumando un delicioso cigarrillo. Los borceguíes marrones de cuero me protegen los pies y los bolsillos del pantalón vaquero son el mejor refugio para mis manos. Sin embargo, saco la izquierda para no tener todo el tiempo la nicotina pegada a los labios y la apoyo sobre el capó, ya húmedo, del vehículo. Así me doy cuenta de que el rocío ya empieza a mojar los adoquines y los árboles de la oscura plaza que está a mi derecha. Miro al frente, hacia lo profundo de la calle, donde esta se funde con la oscuridad total, ya ni hay farol municipal que ilumine esa zona. Eso me provoca cierta inseguridad y me hace buscar algo de luz involuntariamente. A mi izquierda, la antigua zapatería tiene el cartel que está sobre la puerta de la entrada, aún encendido. Desde allí hasta aquella boca de lobo solo hay algunos faroles de luz anaranjada. Alrededor del negocio hay solo casas bajas con toda iluminación apagada y atrás mío, probablemente hacia donde emprenderé mi regreso en cualquier momento, la luz municipal sirve de guía hasta la ruta.
.- ¡Dale, boludoponelo en marcha! – me grita desde lejos el introvertido. No lo logro divisar en la oscuridad, pero reconozco su voz e inmediatamente tiro el tabaco, entro al auto y lo pongo en marcha. Empiezo a mirar desesperado hacia todos lados: la ruta con el espejo retrovisor, las ventanas de las casas y a través de la plaza, pero el viene corriendo desde la peor opción. A pesar de verlo solo a él, el ambiente se empieza a sentir muy tenso y el suelo se siente vibrar como si hubiera una estampida. Pocos metros detrás suyo, las luces van tomando un fúnebre color azul que se abalanza en forma de marea desalineada sobre todos los faroles. Giro el auto casi media vuelta y abro la puerta trasera derecha para que no perdamos un segundo extra.
Ni bien somos dos en el auto, arranco ferozmente y la puerta se cierra por inercia. Solo me importa alejarme de aquel mar turbulento, pero parece que este no me quiere dejar ir fácilmente. Los disparos no se hacen esperar más.
.- ¡La concha de la lora, la luneta! – grito; así me pongo cuando algo le pasa a mi bebé.
La oscuridad de la ruta nos absorbe antes de que me de cuenta, aunque ambos sabemos que nuestra reciente “tranquilidad” no durará mucho, porque, a veces, el mar sube a la tierra y la inunda eliminando las huellas.
León se pasa para adelante, ya que al no haber vidrio atrás, el frío se vuelve intenso. Después de semejante escapada lo miro rápidamente para chequear que esté bien. Tiene la cara manchada, un tajo en el pantalón a la altura de la rodilla izquierda y su envidiable campera marrón está intacta.
.- ¿Lo hiciste? – pregunto, aunque sé que probablemente no me responda. Como siempre y a pesar de saber que sería así, yo me enojo.- ¡Pero la puta madre! ¡Contestame, León!- le reprocho. Su silencio me deja con bronca, pero reconozco que me calma de a poco.
Las sirenas invaden el silencio, pero sé qué hacer para que no pase más que eso. Unos pocos metros más adelante hay un árbol que previamente habíamos tomado como referencia para hacer un hueco camuflado que nos llevaría al centro de un alto maizal, por si esto ocurría. Cuando llegamos, el manso y Brutus nos están esperando. Corren unas plantas para abrirnos paso hacia el escondite poco elaborado. Veo el pasillo por cual me dirigiré una vez que hayamos vuelto a poner las ramas como estaban. Quedamos rodeados por una alta vegetación que nos dará la cobertura necesaria por algunas horas. Terminamos de cubrir el paso al rústicamente elaborado escondite y yo apago las luces. Todos nos subimos al auto y empezamos a avanzar.
.- Cuidado que hay vidrio roto, muchachos – les advierto a los de atrás.
El terreno no me permite subir de primera marcha, pero el ruido que hacemos no me preocupa, ya que las sirenas son mucho más potentes. Pierdo de vista la ruta, así que no sé si los uniformados pasaron de largo o no, más que por los sonidos que hacen.
De repente no hay más camino marcado y la oscuridad que nos beneficia para alejarnos del problema, a su vez nos dificulta seguir haciéndolo.
Ante la situación, apago el motor, pero el manso quiebra el silencio dentro del auto.
.- Bueno, no nos pongamos nerviosos. Estuve pensando las opciones para cuando nos pasara esto – saca un papel arrugado del bolsillo derecho de su campera y lee – podemos quedarnos a pasar la noche dado que estamos lo suficientemente alejados de la ruta; aprovecharla para sacar las cosas del baúl y camuflar al robot, ya que los azules probablemente lo vieron; seguir buscando un camino o creándolo hasta llegar al granero de Teodoro que está a 7 kilómetros o volver a la ruta dentro de un…-
.- ¡Con razón estaba sentado sobre vidrio! Lopo, se te rompió el parabrisas de acá. – interrumpe Brutus y señala con la mano el hueco. Automáticamente cierro los ojos, cuento hasta ocho y me pongo a pensar en una canción que me gusta. El intro me palmea el hombro. Abro los ojos y lo miro. Ya tomó una decisión y me la señala lo más simplemente posible, sin decir una palabra o poner algún gesto facial. Enciendo el motor y comenzamos a avanzar hacia el granero.

Parte II


Tremendos vientos sacuden al auto en medio de un campo por el que vuelan arena y ramas. Una ola gigante con tiburones nos va a invadir, pero un rayo nos cae encima y el auto se eleva como si hubiera un efecto de rebote . Otro rayo nos golpea, pero esta vez en mi ventana.
Abro los ojos asustado.
.- ¿Qué carajo hacés acá con ese introvertido de mierda? – pregunta Teodoro mientras me apunta con su escopeta para cazar. Inmediatamente levanto las manos mientras León sigue durmiendo, apoyado contra la ventana como si nada sucediese.
.- Cálmese don Teodoro, por favor, ya nos vamos. No quisimos molestarlo así que entramos sin pedirle permiso, pensábamos irnos de madrugada, pero el granero nos resultó tan acogedor que nos quedamos dormidos hasta el medio día, pero ahora salimos. – digo un poco agitado. Giro la llave para poner el contacto y el granjero se empieza a reír y deja de apuntarme.
.- Sos más cagón que una gallina, sobrino. A ver cuando aprendés a usar las pelotas querido. – continúa riéndose mientras el manso y Brutus entran al granero con unas tostadas y café para mí y el dormilón. Salgo del auto y me apoyo en la chapa que cubre el motor. Aprovecho que el otro compañero duerme para agarrarme lo que trae el grandote. Siempre es desprolijo, el tiene más jalea en la mano de lo que hay en el pan, que tiene bastante, y la taza es prácticamente de medio litro; todo acorde a sus dimensiones físicas. La otra opción es la de las tostadas casi perfectamente untadas con un delicioso café con la medida justa de agua y azúcar. Yo prefiero cantidad.
Con la boca llena, le digo a Teodoro con odio, pero respetuosamente, que yo no seré de los de las agallas de hierro, pero soy el educado estratega. Mientras, Brutus se sienta en el piso y se apoya contra la puerta del lugar y el manso deja el otro desayuno frente a los ojos del que sigue durmiendo y se prende un cigarrillo que fuma de espaldas a mí, apoyado en el auto como un reflejo mío.
Al escucharme hablar, el intro se despierta y me busca con la mirada. Lo sé, porque siempre lo hace y hasta que yo no le haga algún mínimo gesto para saludarlo, no deja de mirarme. Me doy vuelta y lo saludo con la mano. Él sale del vehículo agarra su desayuno y lo disfruta sentado sobre un montón de paja, con mucha tranquilidad, mirando el humo que sale del cigarro del manso, aún con los ojos entreabiertos, sentado frente a él.
.- A veces solo el coraje te puede salvar, Lopo. Me vuelvo para la casa que no quiero poner nerviosa a la patrona. Cuando se vayan, no quiero rastros de su estancia ¿estamos? – pregunta el señor con seriedad. Todos asentimos inmediatamente, incluso el manso se da vuelta para que se vea que escuchó y entendió.
Teodoro baja la cabeza y a medida que se acerca a la puerta, Brutus se va levantando y se la abre y luego la cierra.
.- Quiero asomarme a la puerta un minuto. Cuando vuelva, empezamos con el auto. Manso, dame un pucho y fuego.- acto seguido salgo a fumar.
El campo parece haber cambiado de color y disposición, la maleza es variada y más verde que amarilla como el trigo. Eso significa que la tierra es fértil. Para eso debe ser blanda. Si es blanda, quedaron nuestras huellas marcadas. Si nos descubren estamos muertos. Del miedo, casi me trago el cigarrillo, pero lo escupo inmediatamente mientras entro corriendo al rancho.
.- ¡Rápido, empecemos, si no nos apuramos, estamos fritos! – les digo a mis compañeros, que confían en mí plenamente, así que no tuve que insistir.
Nos conocemos desde hace años y saben que no soy muy bromista que digamos.
Al último que conocí fue al manso, que se llama Ignacio; sucedió en un encuentro regional de ingeniería, cuando este joven brillante presentó un proyecto de planificación provincial para que los traslados de todo tipo sean más rápidos, eficientes y baratos. Como eso generaría un gran cambio socioeconómico importante en la región, lo fui a ver y al terminar de hablar me acerqué a felicitarlo y ahí me enteré de que es de un pueblo muy cercano y tiene mi edad. Lo llamamos así, porque es el que jamás sale de sus esquemas y siempre parece ser el más tranquilo del grupo, excepto por aquella vez en la que se alcoholizó y no pudo disimular su enojo con el introvertido, por su falta de respuesta.
Con Brutus, cuyo nombre es Darío, nos conocimos porque yo salía con su hermana mayor cuando estábamos en los últimos años del secundario al que íbamos en la ciudad donde frecuentemente me encontraba con el introvertido, hasta que ella se fue a vivir a otro país con su actual pareja, un viejo ricachón de Brasil. Está claro a qué se debe su sobrenombre con solo verlo, es físicamente inmenso, como el enemigo de Popeye el marino, pero tiene el cerebro del tamaño de un maní. Eso lo hace poco sagaz, pero no mala persona.
A León, supongo que se entiende el porqué de su apodo, lo conocí en un viaje de mochilero en Chile. Yo estaba de vacaciones y él decía que también, pero la verdad es que nunca le creí, ya que constantemente se lo veía rodeado de gente, armando planos y ese tipo de cosas. En esas circunstancias de planificación sí hablaba, pero siempre con su característica neutralidad. Después de invitarme a pasar alguna noche fumando cannabis con su grupo de compañeros de aquel momento, nos hicimos amigos. Él frecuentaba la ciudad grande cercana a mi pueblo, así que fue fácil mantener el contacto. N


unca supe por qué hacía esos viajes, pero mientras yo estaba con las pequeñeses de la escuela él parecía dedicarse a negocios serios a pesar de ser solo unos años mayor que yo.


La verdad es que todo da a pensar que soy un reclutador, pero no es así; el manso ya conocía al gigante, porque él también había estado saliendo con su hermana. No me molesta que haya sido así, pero me parece que a él un poco sí. Sin embargo, la situación actual le hace olvidar todo tipo de rencor.
Mientras él y yo pintamos silenciosamente el auto, de un hermoso verde, parecido al pastizal que nos rodea (cualquier color le queda bien a mi tesoro), Brutus y el cuarto cambian las ruedas enteras así como las patentes.
Pasa una hora mientras trabajamos. Los encargados de las ruedas, guardan las que acaban de sacar. Los otros dos, terminamos con la pintura y hacemos lo mismo con los elementos. Mientras esperamos a que la pintura se termine de secar unos minutos, nos subimos al auto.
.- ¿No estábamos apurados? – pregunta León.
Lo miro. Le estoy por contestar que dos minutos no hacen la diferencia, pero escucho voces que se acercan cada vez más al galpón.
.- Comisario, le aseguro que si hay alguien acá no está bajo mi consentimiento. Usted sabe ya que no me meto más todos los días en esa pocilga.- se escucha hablar a Teodoro.
.- ¡Ja! ¿Uzted? Dezprecúpese, mi amiguete, pero tengo que chequeá’ un ojo.- contesta el oficial, a casi un metro de la puerta.
Inmediatamente y sin decir nada, como si estuviésemos entrenados para esta clase de casos, el intro y yo abrimos nuestras puertas y nos tiramos debajo del coche y los otros dos toman nuestros lugares justo cuando el uniformado entra al granero y se queda mirando fijo al auto. El manso sale del auto y se acerca al policía.
.- Hola comi. Que agradable sorpresa, ¿por qué no viene conmigo y don Teodoro a la casa a tomar unos mates con tostadas? – le dice mientras le agarra la mano con las suyas.
.- Eh, bueno sí, pero... hay algo que me llama la atención en ese Torino, juzto andaba buzcando uno, pero de color ozcuro; ayer uno azí, pero negro se llevó a un delincuente, juzto cuando lo eztábamo' por atrapá'. Eztá muy bajo, ¿que tiene adentro? – pregunta.
.- Bueno señor, yo no quiero menospreciar a nadie, pero solo está Darío adentro… el muchacho con el que usted me vio jugando con los niños de la plaza Oeste. Lo recuerda, ¿no?. Los chicos se quejaban, porque tapaba todo el arco - responde ingeniosamente el manso, mientras Brutus sacude su brazo saludando.
.- Ah, jaja. Claro, azí zí. ¿Vamo' para la caza? – ríe y pregunta el uniformado mientras cierran la puerta y se alejan los tres. – Ahora... que láztima no tener la “lungueta” trazera en eza hermoza máquina.- agrega.
Ni bien entran a la casa del campesino, cada uno de nosotros tres vuelve a su lugar y salimos muy silenciosamente confiando en que el manso lo sabrá distraer. Tomamos el camino original para entrar y salir a la estancia del viejo granjero, hasta llegar a la ruta.
.- Vamos a juntarnos con el clan de los Ma.- ordena el introvertido.
.- Primero vamos a pasar por mi casa. A la noche nos encontraremos en el lugar de la última vez. Brutus, no te preocupes por el manso, no le puede pasar nada.- le digo dado que veo su cara de preocupación.
Este mira el paisaje a través de la ventana. El sol brilla con poca potencia, pero con la belleza de todo atardecer de invierno en el campo, el viento es suave y el Torino ronronea como un gato acariciado. El silencio es solo penetrado por el ruido producido al no tener la luneta trasera, cosa que parece no afectarle a Darío.
En media hora llegamos al lugar en el que vivo. Allí repongo la parte que falta del auto. Llamo al clan Ma y comunico a mis compañeros acerca del encuentro.
.- Nos veremos a medianoche, en la plaza que está frente al almacén de la vieja Marfo.

Parte III

El clan Ma está formado por un grupo de siete hermanos y primos del mismo apellido: Marfo. El nombre lo habían creado inicialmente para armar un equipo de fútbol, pero como decidieron hacer juntos otras cosas decidieron que ese nombre fuera para todos los ambientes. A mí no me gusta juntarme con ellos, son engreídos, aunque solo hable Miriam, la portavoz, la actitud de los demás ahí mirando todo lo que pasa es un poco sobradora. Nos juntamos con ellos siempre que León lo pide, ya que solo él los cree últiles. No sé desde cuándo y ni cómo es que los conoce, pero accedo a juntarme por la confianza que nos tenemos. Este será nuestro tercer encuentro.
.-¿Vamos caminando o prefieren que vayamos con el Toro? - pregunto, ya que el lugar de encuentro es a seis cuadras.
.-¡Hace frío! ¡No quiero ir caminando! - contesta Brutus.
.- Yo preferiría mantener al auto oculto, pero bueno... total por acá jamás pasan ni los azules ni los verdes.- respondo y accedo al capricho, meintras el intro se termina de peinar.
Salimos en el auto faltando exactamente un minuto para el encuentro. Avanzamos lentamente para no hacer ruido. No hay movimiento en ninguna de las cuadras que recorremos. Llegamos a la plaza. Estaciono, nos bajamos y caminamos hacia el centro de la plaza, donde está el monumento de Manuel Belgrano. Del lado opuesto al que nosotros veníamos caminando, el hermoso Falcon plateado con techo negro, característico de ese grupo nos hace una seña lumínica. Inmediatamente se baja Miriam con tres hombres y se dirigen hacia nosotros. Mientras se acercan me prendo un cigarrillo y le ofrezco a Darío que se siente en uno de los bancos que rodean el torso del General.
.- ¿Tenían miedo de perderse que vienen en auto hasta acá? - pregunta ella riéndose.
Prefiero limitarme exclusivamente a escuchar, así que me quedo callado y dejo hablar al introvertido.
.- Hola Miriam. Vamos a hacer esto rápido. Te cuento lo que pasó ayer: fui a la casa de fin de semana del diputado fascista al que habíamos acordado "visitar". - Hasta ahí sabía yo. - Me metí por una esquina del jardín frontal al mediodía y esperé a que se subiera a su auto, a la noche, para volver a la ciudad. Cuando lo encendió, tiré la Molotov sobre el baúl y el auto estalló, pero no pude ver cómo explotaba, porque ya me estaba escapando del lugar. No creo que me hayan visto la cara, pero sí me vieron correr. - narra León. - Hay que planear un ataque ya, seguro que, si se salvó, está débil.
.- Así que no viste el resultado final... que pena, eh. ¿ Tenés alguna sugerencia de ataque? - pregunta la mujer, mientras los tres tipos me miran fijo a mí, que me estoy por terminar el cigarrillo y evito el contacto visual mirando a Brutus que observa con detenimiento cómo trabajan las hormigas.
.- Ya pensé en algo. Tenemos que estar todos para alcanzar el objetivo. No puede quedar nadie afuera. Vamos a necesitar armas y distracciones.
.- O sea que si no sale bien, no queda nadie que represente la útopica idea de libertad, igualdad y paz que nos ha movido hasta ahora. ¡Que inteligente, eh! - dice seria, pero con sarcasmo la representante del clan Ma.
.- Puede ser, pero si triunfamos, vamos a tener el poder completo de la provincia y así juntaremos adeptos y avanzaremos sobre nuevos terrenos, uniéndonos con todos los clanes locales. - contesta con ansiedad.
.- ¡Eso podría llevar a una guerra civil! - exclama la señorita y todos abrimos bien los ojos por la sorpresiva, pero lógica conclusión. - A nosotros no nos gusta todo lo que está pasando con los secuestros y asesinatos. Sabemos que cualquier turno es el nuestro... mejor actuar ahora que podemos. - agrega con toda seriedad posible y mi amigo sonríe. - Voy juntar a todos los que pueda, incluso trataré de unir clanes cercanos ideológica y geograficamente para este hecho. ¡Esto quedará para la historia! - dice a continuación.
.- Perfecto. Tenés dos días para juntar gente. En base a lo que tengas, diseño el modo de ataque a la mansión. Lo único que te puedo decir hasta ahora es que será un espectáculo invaluable. - promete el intro, lo que es muy raro viniendo de él, así como su demostración de optimismo. - En dos días exactamente, nos vemos en este mismo lugar.- agrega.
.- Así será.- dice la mujer y, a continuación, vuelve junto con sus acompañantes a su coche. Los miramos alejarse y Brutus se acerca.
.- Leopoldo, yo desaparezco por estos días. Esta vez voy a necesitar una entrada con protección, más que una escapatoria; preparate. - me dice León.
.- ¿Y yo qué hago? - pregunta Brutus.
Nadie contesta. Me decido y le digo que voy a necesitar ayuda con los preparativos que me tocan.
Sin una palabra más el intro se da vuelta y se aleja caminando rápido.
.- Vamos al auto y en casa te preparo unos fideos.
El grandote sonríe y sube al auto. Manejo igual que a la ida. Al llegar a la puerta, alguien nos espera, pero no distingo bien quién. Veo el cigarrillo ponerse naranja en su boca y lo reconozco. Estaciono y nos acercamos.
.- ¿Cómo sabías donde vivía? - pregunto, ya que jamás ha sido un punto de encuentro o de referencia.
.- Me indicó tu tío. - contesta el manso.
Entramos a mi casa, preparo la comida y cenamos. Al terminar de cenar le cuento al recién llegado lo que se habló en el encuentro con el clan Ma.
.- ¿Y nos deja incomunicados con él estos días? Algo no me cierra. ¿Para qué exponer a todos los nuestros? ¿Él piensa planear las cosas solo?.- pregunta.
.- La verdad es que ni pensé en eso. Le tengo plena confianza y no dudo de él. Brutus y yo tenemos algo para hacer mientras tanto. Vendría bien tu ayuda también...- le contesto y miro a Darío con la esperanza de que me apoye por lo menos con la mirada hacia Ignacio, pero come desaforadamente y no levanta la cabeza.
.- Gracias Lopo, pero mañana temprano me voy. Tengo ciertas cosas que pensar. Ya tendrás noticias mías.- dice el manso.
El resto de la "velada" transcurre en silencio. Yo voy a mi habitación, el manso tira un colchón que tengo guardado en el piso, al costado de mi cama y el gigante se queda dormido en el sofá. Apagamos las luces.

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