Mi viaje, mi tiempo

El fin de semana pasado viví algo tan fantástico que realmente me cuesta explicarlo. Es más, ahora que lo pienso, seguramente sea difícil de creer, pero la verdad es que a mí me pasó.
Yo me tenía que tomar el tren desde la estación Retiro hasta la terminal Tigre, ubicadas en Buenos Aires, Argentina. Por lo tanto, me acerqué a la ventanilla de la boletería y compré el boleto requerido. Luego me acerqué al andén correspondiente al tren que debía tomar. Cuando me acercaba al tren el guarda gritó: “Sale el tren destino Júpiter”. Al oírlo, lo primero que pensé fue que me había confundido de andén, así que me acerqué a un vendedor de panchos que trabaja allí, con un carrito donde transporta lo que vende, y le pregunté si me hallaba en el lugar indicado para tomar el tren que me correspondía.”Sí, es este que está acá”. Por lo tanto, me decidí a entrar al vagón más cercano. En ese instante, el hombre de silbato y sombrero azul volvió a gritar: “Sale el tren destino Júpiter”. Sin dudarlo le pregunté a una señora que pasaba al lado mío que era lo que acababa de decir el señor.” Que sale el tren a Tigre, pibe”. Le agradecí y entré al vehículo y me senté a esperar que este emprendiera el viaje. A mi costado se sentó una chica que me preguntó si ese tren la llevaría a Tigre. Yo le contesté que pensaba que sí, pero que me había parecido escuchar al controlador de pasajes diciendo que el destino era Júpiter. Como ella me miró extrañada agregué: “aunque no conozco esa estación”, para que no creyera que le estaba tomando el pelo y lo considere simplemente un chiste. Sin embargo, no se rió ni un poco y me dijo que ella había oído lo mismo. Así empezamos a conversar.
Ella se llamaba Victoria y era alumna de la Universidad de Buenos Aires aunque no nació en la capital federal. Parecía una persona muy inquieta, inteligente y amigable. La charla se hizo tan extensa e interesante a través de anécdotas de hechos vividos en el Tigre que en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la terminal. Nos bajamos del tren juntos y cuando nos acercamos al guarda gritón, que controlaba que los pasajeros tuvieran el boleto correspondiente, le dimos nuestros pasajes y nos miró fijo. “Ustedes no tienen boleto para esta estación, acá dice que su destino es Júpiter. Por favor regresen a la unidad y no se retiren hasta haber llegado a su estación”, nos dijo con tanta seriedad que daba miedo preguntarle si se trataba de una broma. Como no nos movimos, el señor nos acompañó hasta la puerta del vagón más cercano, entró y gritó nuevamente: “Próxima estación: Júpiter”. Las puertas del transporte se cerraron inmediatamente y mi nueva compañera de aventuras y yo nos miramos con cierto temor, dada la inexplicable situación. Sentimos que el tren comenzaba a elevarse sobre su misma posición así que miramos por las ventanas y vimos que el transporte seguía allí parado, sin embargo, nosotros ya estábamos unos 400 metros sobre él y nos seguíamos elevando; era como si estuviéramos en la versión fantasmagórica del vehículo que, además, había cambiado sus ruedas por turbinas. En un parpadeo estábamos atravesando el espacio exterior; la Tierra se veía cada vez más pequeña y las estrellas más grandes. Vicky miraba por la ventana de un lado del tren y yo del otro costado, mientras el guarda seguía parado pegado a la puerta por la que habíamos entrado y miraba su reloj, como si el viaje fuera algo habitual para él. “Ahí está Venus” le dije a mi compañera provocando que se acercara a mi ventana y, por lo tanto, me corrigiera: “No, ese es Marte, teóricamente el planeta que sigue, si uno se sigue alejando del sol es…”. Antes de terminar lo que estaba diciendo, ambos miramos al hombre uniformado que levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia nosotros, se acercó sonriente y nos dijo con voz calmada y pacífica: “Todos los humanos tienen la oportunidad de tomar este tren, algunos prefieren no subirse, porque temen a lo que desconocen, otros ni se enteran de su existencia y hay quienes creen que su tiempo es más valioso usándolo en otras cosas. Dado que esto último es universal, el chofer decidió que el viaje le sea ofrecido sólo una vez a cada persona y de a dos personas a la vez, para que el silencio sea más presente y el tiempo esté ausente. Una vez que desciendan, tendrán unos minutos libres para ver la estación, pero no se alejen mucho, porque el móvil de regreso, que los lleva directamente a Retiro, sale diez minutos después de que nosotros arribemos y en caso de no tomarlo…”. El señor se detuvo y retomó su ubicación al lado de la salida. El transporte dejó de moverse y las puertas se abrieron. “Terminal: Júpiter”, gritó el uniformado como si hubiera muchos pasajeros más y no hubiese hablado con nosotros dos. Vicky y yo sin hablar desde que habíamos salido de Tigre, caminamos juntos hacia fuera. No había absolutamente nada. Era como un desierto total en el que solo se encontraban el tren y una diminuta cabaña de piedra en la que solo había sanitarios.
Al bajarnos, el tren se esfumó sin hacer un mínimo ruido. La estudiante y yo caminamos justos cerca de la casita con mucha dificultad, dado que el viento y el frío apenas nos permitían movernos: mientras ella observaba la geografía, yo miraba hacia el espacio exterior cuyas estrellas nos iluminaban. A pesar del interés que teníamos en conocer la naturaleza y de mirar las 18 lunas que había en el planeta, no pudimos resistirnos y nos metimos en la casita que tenía una sola ventana muy pequeña que encontraba en el baño masculino, bajo un reloj de pared, así que juntos fuimos a observar.
“¿Y lo que nos lleva de regreso a Retiro?”. Hicimos una pausa y miramos el reloj que colgaba. Por suerte en mi boleto figuraba el horario de llegada a destino, así que pudimos orientarnos con el tiempo que llevábamos en ese planeta que ya eran ocho minutos y medio. Sin embargo, no hallábamos ninguna explicación respecto de nuestro regreso. Le propuse a Vicky que fuera al baño de damas, a fijarse si encontraba algo al respecto. “Acá no hay nada”, me gritó desde allí. El tiempo se agotaba así que, para no perder las esperanzas propuse algo que le grité desde el sanitario de caballeros: “Apretemos en botón de la cadena simultáneamente a ver si funciona”. No se movió nada ni hubo ningún ruido extraño así que le grité para repetir el proceso, porque sospeché que lo habíamos intentado mal. Esta vez salió agua y hubo un ruido igual al que hacen los inodoros en nuestro planeta, pero nada más cambió, así que le pregunté a Vicky qué fue lo que ella experimentó y no me contestó. Asustado abrí la puerta del baño y me encontré con una cola de hombres que esperaban su turno. Busqué el sanitario de damas y no lo encontré, así que tampoco pude ubicar a mi compañera. Sin embargo, y sorprevisamente, en la cola para usar en tocador masculino estaba el señor gritón de sombrero azul, uniformado y con silbato. Me acerqué y le pregunté adónde eran transportadas las mujeres al regresar de Júpiter. “¿Estás borracho pibe? ¿Regresar de Júpiter? Preguntale a Superman dónde las deja”. Decepcionado me fui de Retiro.
Aún tengo la esperanza de reencontrarme con la chica simpática que experimentó lo mismo que yo y espero que la vida no nos trace caminos cruzados, sino que nos dé la oportunidad de volver a cruzarnos en un mismo camino.

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