Viaje a mí

- Son 150 pesos- dijo el señor con voz grave y mirándome fijamente.
- ¿Cómo? ¿150? ¡Pero esto es un robo!
- Bueno, si usted no quiere abonar la multa por mal estacionamiento, consígase un buen abogado y hágale un juicio al gobierno de la municipalidad- continuó el hombre con voz tranquila y con una sonrisa en su rostro.
No me gustó nada lo que me dijo el intimidante señor que controlaba el pago de las infracciones notificadas. Yo no estaba de acuerdo, pero no sabía qué argumentos me podían ayudar a defenderme, así que finalmente tuve que pagar la exagerada multa de tránsito. Ahí me di cuenta de que algo no andaba bien en mí. ¿Habré perdido mi capacidad, a lo largo de los años, para mantener una discusión? Cuando yo era tan solo un niño, podía discutir durante largos ratos y sosteniendo siempre cierta lógica. Esto pasaba sobre todo en las comidas familiares por cumpleaños o festividades de otro tipo y nunca con alguien de mi edad; yo discutía con mi tía, 39 años mayor que yo, mientras que el resto de los comensales ponían atención a la persistencia del pequeño infante de aquel entonces que argumentaba sin parar y sorprendía cada vez que hablaba.
Este recuerdo nostálgico me hizo reflexionar y preguntarme qué fue lo que me pasó en cuanto a esa habilidad. Por eso, fui a visitar a Lucía, mi psicopedagoga de esa época para ver si juntos podíamos descubrirlo. Ella no me pudo ayudar mucho pero me hizo una recomendación que interesó mucho.
- Mirá, Pablito, yo te aconsejo que conozcas gente nueva a ver si conversando con alguien eso, que extrañás, se vuelve a activar, porque es imposible que te hayas olvidado de cómo hacerlo, simplemente en algún momento de tu vida decidiste que esa capacidad no era necesaria y la encerraste en una cajita adentro de tu cabeza- me dijo con tanta sabiduría que me provocaba envidia.
- ¿Hay alguna región geográfica por la que me recomiendes empezar? Porque el mundo es muy amplio y las personas varían según su ubicación geográfica, la mayoría de las veces- agregué intentando demostrar un grano de conocimiento.
- Hace poco un colega amigo mío de la facultad me contó que India es tierra sabios. Si tu situación económica lo puede soportar, lo mejor sería pasar por allá y con eso debería alcanzar para tu objetivo aunque estoy comenzando a pensar que se acaba de sumar uno nuevo, ¿cierto?- preguntó como si supiese más de mí que yo mismo.
- La verdad que-admití – que me gustaría ser un poco más sabio e incorporar cuanto conocimiento me sea posible, así que, si encuentro a algún gran conocedor me gustaría poder aprender de él.
Nuestra charla terminó ahí por la interrupción de un llamado telefónico de un paciente de Lucía. Al finalizar este le agradecí su consejo y fui, sintiéndome conforme, a mi casa ubicada en Vicente López, un lindo barrio poblado, en su mayoría, por una clase media económica y culturalmente.
Lo primero que hice fue hacer los cálculos económicos que el viaje, que en breve iniciaría, me demandaría. También me costó decidirme para qué época del año debería planearlo, porque faltaban dos meses aún para las vacaciones. Sin embargo, en el Museo Naturalógico, donde trabajo hasta hoy en día, obtuve el único permiso que me interesaba tener, para irme un mes sin goce de sueldo.
Una semana más tarde, armé mis valijas, avisé a mis principales amistades y familiares que me ausentaría por un tiempo sin dar más detalles y me subí al avión que me trasladaría desde la capital de Argentina hasta Nueva Delhi, la capital federal de “la tierra de los sabios”.
Durante el vuelo se sentó al lado mío una mujer que aparentaba una edad bastante mayor a la mía que no dejaba de observar por la ventana aunque todo lo que se viese fueran kilómetros de océano, lo que me generó cierta curiosidad, así que inicié una breve conversación que, por suerte, pudo continuar en español.
- Hola, me llamo Pablo y soy de Buenos Aires.
- Maya, de Nueva Delhi, pero con padres y hermana en la provincia argentina de Salta- dijo la mujer mientras extendía su mano para saludarme.
Yo sabía que ese era un nombre hindú y que todos aquellos de ese origen eran portadores de interesantes significados así que le pregunté qué significaba el suyo.
- Quiere decir: “poder de crear”. Pero usted, joven porteño, no me está hablando para saber eso, ¿no es cierto?- preguntó la señora riéndose.
- La verdad es que no pensé que usted pudiera analizar tanto una conversación- contesté con una sonrisa-, pero es cierto. Yo quería saber por qué usted observaba el océano de manera constante, dado que yo no encuentro muchas diferencias en kilómetros de una misma agua.
- Eso puede ser porque usted no las busca, porque prefiere mirar otras cosas, porque tal vez busca algo donde sabe que no lo va a encontrar o, porque lo encuentra con tanta frecuencia que no se da cuenta de qué es lo está buscando a la hora de hacerlo.
Parecía que había encontrado a la persona que me guiaría por el sendero de la sabiduría y el conocimiento. Sin embargo, mi pregunta seguía sin ser contestada así que se la repetí.
- No busco ni observo nada en particular, me quedé pensando en mi hija Ashaali, cuyo nombre significa “esperanza”- agregó la anciana riéndose- mientras miraba el océano, porque, cuando usted se sentó a mi lado, noté que su edad coincidía con la de ella y comencé a recordarla. Sin embargo, vi cosas aunque no las tuve que buscar; nubes, un barco, aves…-la señora dejó de hablar y se quedó mirándome sonriente.
Sonreí yo también y, por temor a seguir demostrando mis ingenuidades, decidí aprovechar el resto del viaje para dormir. La mujer lo notó así que me dijo le gustaría continuar nuestra conversación en otro momento. Así fue. A las seis horas transcurridas desde la interrupción de nuestra charla, la anciana me despertó.
- Discúlpeme joven, pero le quiero mostrar algo que me parece que le podría interesar- dijo introduciéndome una curiosidad que me despertó inmediatamente. A continuación, me señaló la ventana a través de la que se veía un lago en medio de un desierto de arena. Una vez que me acerqué, prosiguió con el misterio - Ahora estamos a sesenta minutos de Nueva Delhi. Yo le recomiendo que visite las no muy extensas profundidades de aquel lago, justo en el centro. Una antigua leyenda, extinguida desde hace cien años, cuenta que allí vive un sabio al que un visitante sólo se puede acercar teniendo una necesidad relevante. De ser así las aguas habrían de iluminar el camino hacia el hombre. En caso contrario, la oscuridad sería total. Nosotros, los hindúes, no podemos realizar este viaje, dado que ello sería poner a prueba la leyenda establecida por la antigua sociedad – se hizo una pausa y ella continuó - eso sí, cuando regrese, pase por mi casa que me encantaría recibirlo.
Seguimos hablando unos minutos más acerca de cómo llegar a ese lugar y qué era lo que requeriría tal exploración, hasta que bajamos del avión y cada uno se por su lado para atravesar el sector de migraciones.
Al salir del aeropuerto, me dirigí hacia la casa de turismo más cercana para preguntar acerca del lago que había visto desde el avión. Me sorprendió que me dijeran que no tenían ningún lago registrado, pero, en vez de intentar repetidamente que me hablen del tema, mi agotamiento me impulsó a preguntar por el hostel más alejado de la ciudad en dirección hacia el charco. Averigüé qué medio sería el mejor para llegar hasta allí, pero decidí alquilar una motocicleta para la travesía que realizaría el día siguiente. Al llegar al hospedaje, ya era de noche, así que aproveché para cenar y planear mi recorrido en un mapa que me habían obsequiado al terminar el acto migratorio. Curiosamente allí tampoco se distinguía ningún círculo acuático por la zona que yo transitaría la mañana siguiente, así que, luego de comer, me acerqué a la recepción para pedir un desayuno exclusivo por el horario al que me levantaría y a preguntar en idioma británico acerca del oasis y los empleados me dijeron que no había ningún error en el dibujo cartográfico y que en todo caso le preguntara a un mozo en especial, que era el que más tiempo llevaba viviendo en la zona. Me acerqué al empleado comunicándome en inglés y este se quedó muy sorprendido con lo que le pregunté.
- ¿¡Cómo puede ser que una persona joven sepa acerca del fondo del lago!? Encima proveniente de otro país- dijo el señor con una seriedad que me recordaba al hombre que me provocó la necesidad de emprender este viaje.
- Discúlpeme- dije seguido de un gesto facial de humildad- si lo he ofendido, pero me parece que no lo he hecho y que, sin embargo, usted está siendo bastante descortés con un huésped del hotel para el que usted trabaja. Le comento que este lugar me fue señalado por una anciana hindú mientras sobrevolábamos el país- agregué con cierto disgusto.
- Ah, ya me parecía bastante imposible que usted supiera del tema por su propio actuar. Ahora – continuó- si ha sido una compatriota quien lo ha impulsado, por algo lo habrá hecho, así que con gusto le daré las indicaciones para llegar hasta allí, del mismo modo que me fueron dadas a mi cuando tenía su edad y buscaba respuestas, que por cierto, no fueron contestadas y aún me pregunto cómo puede ser que haya personas como usted que creen que en lo profundo de ese lago viva un sabio.
El mozo terminó de hablar y yo me quedé bastante sorprendido por todo lo que acababa de escuchar. ¿Podría ser que no hubiera realmente un sabio en el fondo del misterioso lago? ¿Habría yo de presentar más necesidad por una respuesta que aquel hombre decepcionado? ¿Hallaría el lugar indicado en el oasis en cuestión? No me quedaba más que experimentar. El hombre se sentó en una de las mesas para los huéspedes ya vacía y me dibujó en el mapa el recorrido que debía hacer y por donde suponía que debía buscar una vez bajo el agua. Le agradecí con una merecida propina, me fui a mi habitación, me higienicé, armé mi mochila con el equipaje recomendado por Maya, la señora del avión y me acosté dejando todo listo para que el despertador hiciera su trabajo a las seis horas del día contiguo.
Las ansias por hacer la travesía eran tantas que, así como me costó dormirme, me desperté cinco minutos antes de que el reloj sonara. Sin embargo, me quedé acostado esperando a que eso sucediera. Luego me levanté a higienizarme nuevamente, tomé mi bolso y lo llevé conmigo a la mesa del desayuno preparado en una mesa para mí de manera exclusiva con muchas frutas de varios colores y algunas deliciosas ensaladas cuyos ingredientes me eran desconocidos.
Habiendo desayunado y llevando mis cosas, salí a la puerta del hotel donde mi vehículo estaba como yo lo había dejado. Tardé un rato en encenderlo, lo que me asustó al principio, pero luego no importó; media hora de retraso no podría ser muy grave, dado que una hora en avión serían como máximo cinco en motocicleta, por lo que llegaría al oasis con suficiente luminosidad.
Finalmente emprendí viaje con casco, antiparras y el mapa en un bolsillo fácilmente accesible a mi mano derecha.
Dado que había varios montes de arena, tuve que desviarme en varias ocasiones. Por suerte, la brújula que lleva colgando de mi cuello, bajo la recomendación del empleado del hotel y de mi compañera de avión, me ayudó a retomar la dirección correcta en todas aquellas oportunidades en las que el terreno me obligara a buscar caminos alternativos. Por cierto, no había senderos; yo marcaba mi camino en base a la geografía del lugar y buscando lo menos dañino para mi transporte.
No tuve grandes inconvenientes en el viaje. Sufrí de algunos retrasos y a las cuatro horas de haber partido en búsqueda del sabio, hice una parada para comer, nuevamente siguiendo las instrucciones de la mujer hindú. Luego seguí viajando unas tres horas más, hasta que la luz del sol me empezó a brillar en la cara. Esto se debía a que se reflejaba en el agua, como si esta fuera un espejo.
- ¡Por fin! ¡Vamos que se puede!- grité detenido a orillas del oasis, dándome ánimo para enfrentar el momento que seguramente sería el más difícil de toda mi vida. Se trataba de un lago de aproximadamente trescientos metros de diámetro.
Apagué el motor de la motocicleta, saqué de mi mochila el traje de buzo y el pequeño tanque de oxígeno y miré el mapa una vez más para confirmar que me encontraba en las coordenadas correctas. Tomé un poco de agua, miré mi reloj que marcaba las quince horas y treinta minutos e hice una pequeña relajación para concentrarme en mi necesidad de manera que el camino me fuera señalado en lo profundo, como decía el mito. En ese momento no paré de pensar en lo que le había pasado al mozo: él llegó hasta aquí, pero no le fue señalado ningún sendero en el fondo del charco, porque no presentó adecuadamente su necesidad o porque esta no era realmente significativa para él.
Intenté meterme caminando, pero la caída era demasiado empinada, así que me empecé a nadar hacia abajo acompañado por la luz del sol, que se iba debilitando cada vez más rápido. Una vez que descendí aproximadamente los ocho metros que me había indicado el hombre del hostel, intenté mantenerme allí, justo en el centro del lago concentrándome. Pasaron cincuenta minutos muy decepcionantes, hasta que decidí subir a la superficie a descansar, dado que mi estado físico no me permitía permanecer más tiempo en movimiento.
Una vez en la superficie me relajé nuevamente bajo los cálidos y suaves rayos del sol y sin una ráfaga de viento que generara molestias. Cambié el tanque de oxígeno y a la hora de haber ascendido, volví a introducirme en el agua y a mantenerme en el mismo lugar que antes. Como mis esperanzas decaían cada vez más se me ocurrió intentar hacer algo de investigación. Miré el vacío al mi alrededor en busca de alguna particularidad hasta que recordé mi conversación del avión.
“Tengo que buscar convencido de que quiero encontrar y de que sé claramente qué estoy necesitando”- pensé.
Bajé cuatro metros más de profundidad y vi un gusano de color verde fluorescente que apareció como si se encendiera al registrar cualquier movimiento. Inmediatamente, y tratando de controlarme para no estropear el momento, me acerqué a mirarlo de cerca a través de mis antiparras. El extraño insecto comenzó a alejarse de mí hacia lo profundo, esperando que yo me acercara de manera que entendí que quería que lo siguiera. Mi cuerpo solo me permitió bajar unos pocos metros más. Desde esa posición vi como mi guía desaparecía en la oscuridad de lo profundo. Al mismo tiempo noté que una luz blanca venía en sentido opuesto hacia mí. Se detuvo a un metro mío e intenté atraparla con mis manos. Se trataba de un sobre que contenía algo sólido y rectangular dentro suyo.
Comencé a sentir que ya tenía lo que había venido a buscar y que no debería esperar nada más de ese lugar, así que salí del lago para saber de qué se trataba mi nueva adquisición. Sin embargo, el hecho de que ya estaba anocheciendo y que yo seguía en el desierto me impulsó a guardar el sobre y subirme a la motocicleta así como estaba vestido, para emprender mi regreso a la casa de hospedaje. La vuelta fue más fácil, porque sólo debía seguir las huellas que había dejado a la ida. Además, el leve viento que se había levantado se movía en el mismo sentido que yo.
Ya completamente de noche, llegué al hostel en las afueras de Nueva Delhi; justo como lo había hecho la primera vez. Me bajé de mi vehículo y me dirigí a la recepción a pedir la llave de mi habitación. Tan pronto como el conserje me la entregó, quise ir a mi cuarto a abrir el paquete, pero el mozo que me con quien yo había discutido me escuchó hablar y se acercó al mostrador antes de que pudiera retirarme.
- ¿Y? ¿Usted sí ha encontrado respuestas? – preguntó en inglés con tono burlón.
- Aún no, pero no tengo pensado rendirme hasta lograrlo – contesté en mismo idioma, con poca seriedad y en el mismo tono que la pregunta.
- ¿Ah, sí? ¿Piensa usted volver a ir a nadar un rato? – continuó riéndose.
- No, pero si decidiera hacerlo, le avisaría para que viniera conmigo y tuviera la posibilidad de experimentar lo que yo pasé, que podría convertirlo en palabras diciendo: “persevera y triunfarás” – dije riéndome mientras observaba como le cambiaban los gestos faciales a mi interlocutor que se iba poniendo cada vez más serio.- Ahora, si me disculpa, quisiera ir a mi habitación a prepararme para la cena – agregué antes de retirarme.
Una vez en mi sector privado, saqué el sobre de mi bolso y lo abrí. Adentro había un espejo de veinticinco centímetros de alto y doce de ancho y unas frases en el idioma local que yo no lograba entender. Dejé todo en el piso y fui al comedor. Dado el horario yo era el único comensal. Me atendió directamente el recepcionista, porque había notado que existía cierta tensión entre quien se encargaba realmente de esa labor y yo, así que cené con mucha tranquilidad. Al terminar fui a mi dormitorio a preparar mis cosas para ir al día siguiente a visitar a Maya, como habíamos quedado. Además, seguramente me ayudaría a descifrar qué significaban las frases que estaban en el paquete junto con el espejo.
A la mañana siguiente desayuné junto con otros huéspedes y me atendió nuevamente el muchacho de la recepción. Después, pagué la cuenta correspondiente y me fui en mi motocicleta y sin percances, camino a lo de la anciana, que vivía en las afueras de la capital hindú, pero del lado opuesto al que yo había visitado. Fui sin parar y llegué ese mismo día a su casa siguiendo las instrucciones que me había detallado en el avión durante el vuelo.
Se trataba de una gran casa con una granja rodeada de campo. Había muchos animales y algunos niños correteando por allí. Cuando me acercaba lentamente a la entrada de la estancia, una mujer de mi edad aproximadamente, muy bella y sonriente hizo que, al mirarla, me metiera en un pozo con la rueda delantera de mi motocicleta haciéndome saltar hacia adelante, desprendiéndome del vehículo que ahí mismo se inclinó apenas hacia un costado, dado que los bolsos ubicados a ambos lado evitaron que cayera del todo. Me levanté avergonzado rápidamente mientras la chica se me acercaba a ayudarme. La verdad es que me dolía todo el cuerpo ante semejante golpe, pero preferí disimular.
- Hola. ¿Aquí vive Maya? - pregunté en inglés, antes de que me dijera cualquier cosa respecto a lo que acababa de verme hacer.
- ¡Mamá! – gritó ella en español luego de asentir.
La señora salió de la casa y se acercó hacia donde estábamos parados nosotros dos. A todo esto yo no podía dejar de sonreír y trataba de no mirar a los ojos a la bella señorita por la vergüenza que sentía.
- Hola, joven. Espero que haya venido con cosas para contar…- dijo.
- Sino no estuviera aquí, ¿cierto?- le contesté sonriendo.
Ella se rió y continuó.
- Veo que ya conoció a mi hija Ashaali…
- Que significa esperanza – continué la frase.
La joven se ruborizó. A continuación, la su madre hizo un gesto que indicaba que nos metiéramos los tres en su casa. Así fue. Allí saqué el sobre y se lo mostré. Ella miró ambas partes y me las explicó muy brevemente.
- El espejo, muestra un reflejo. Si uno busca algo que está dentro suyo, pero no lo encuentra, un reflejo de uno mismo puede brindar pistas – dijo la señora mientras sonreía. – Hay más sobre esto, pero usted debe descubrirlo. En cuanto a las frases… Mi hija las traducirá, pero usted deberá interpretarlas. Yo debo irme, pero me gustaría que usted se quedara con nosotros un tiempo. – Al decir eso, se levantó y quedamos los jóvenes solos.
- Mirá – me dijo ella con confianza mirándome a los ojos – aquí hay una sola frase y es: “A veces uno busca algo creyendo saber porqué y para qué, pero cuando lo encuentra no sabe cómo usarlo ni para qué lo tiene, porque no lo encontró adentro suyo, es decir, cuando alguien necesita encontrar algo que no recuerda cuándo lo perdió ni la causa de ello, el mejor lugar para encontrarlo es adentro suyo, no en los demás.” - La muchacha terminó de leer y me miró. En ese momento no supe qué pensar, más que en cambiar mi entorno por lo menos temporalmente, a ver si allí podría encontrarme a mí mismo, porque la verdad es que, recién cuando uno se siente bien consigo y sabe quién es realmente, está apto para mantener una relación con quienes lo rodean.
A continuación le pedí a Ashaali que me dejara sólo, con una hoja y un bolígrafo porque tenía una carta que escribir:

Nueva Delhi, India
Sábado 14 de febrero
Papá, Mamá, amigos:

He decidido retirarme de sus vidas, pero no se asusten, me refiero físicamente. Estoy en la India en una casa de familia en la que hablan español. Hay una anciana bastante sabia, que conocí en el avión y que vive con su hija menor, que tiene mi edad. Creo que me puedo llegar a llevar muy bien con ella.
El punto es que quiero continuar por el sendero del conocimiento y la sabiduría. No es que no pueda hacerlo allá, en Buenos Aires con ustedes, es que aquí me siento más cómodo para hacerlo a mi manera bajo las condiciones y limitaciones que me imponen la naturaleza y yo mismo.
Espero que entiendan que necesito alejarme de lo cotidiano y monótono para poder construirme con mis herramientas y que no se preocupen por mí.
Nos mantendremos en contacto ante cualquier novedad.
Les mando un abrazo desde “la tierra de los sabios”,
Pablito.

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